Violencia familiar: las cicatrices invisibles en los niños
La violencia familiar no es igual a la que se presenta en la calle, en el trabajo o en la escuela, desafortunadamente ocurre en el lugar que nuestros hijos e hijas deberían estar más seguros: nuestro propio hogar.
Hablamos de un problema que, se suscita cuando uno de los integrantes de la familia, abusa de su autoridad, su fuerza o su poder para someter a sus miembros. La violencia familiar se puede manifestar en diferentes grados mediante conductas agresivas que van desde gritos, golpes, silencio e indiferencia hasta casos de violencia sexual.
De esta manera los niños aprenden a someterse ante quien es más fuerte que él, incluso, también aprende a someter a quien es más débil. Y a pesar de que, en la actualidad, se promueve y legisla sobre la equidad de género, algunos peques se pueden volver violentos si provienen de hogares con padres golpeadores.
Según el Registro Unificado de Maltrato Infantil (RUMI), en España, 21.521 menores sufrieron violencia en el hogar en 2021. Directa o indirecta, de hecho, en este último caso, el niño suele tomar conciencia de lo que sucede al observar los efectos mismos de la violencia ejercida por los padres sobre el cuerpo de su madre.
A continuación vamos a analizar las cicatrices invisibles en los niños producto de la violencia en el hogar.
El impacto de la violencia familiar en los niños y adolescentes
Los niños expuestos a la violencia familiar sienten miedo, ira, terror, confusión e impotencia. Aprenden que las peleas, las discusiones y los irrespetos son normales en las relaciones afectivas y que la expresión de sentimientos, pensamientos, emociones y opiniones es peligrosa, dado que puede desencadenar confrontación.
En particular, la educación sentimental de estos niños está impregnada de estereotipos de género que incluyen la devaluación de la figura materna y el desprecio hacia las mujeres, pero también hacia los hombres que no se ajustan a estos estereotipos.
La violencia en el hogar directa e indirecta, al fin y al cabo, tiene efectos desde el punto de vista físico, cognitivo, conductual y en las habilidades de socialización de niños:
- Desarrollo físico
El niño, especialmente a una edad temprana, sometido a un fuerte estrés y violencia familiar, puede presentar déficits de crecimiento, peso, altura y retrasos en el desarrollo psicomotor y déficits visuales.
Es posible que también manifiesten dificultades para dormir, trastornos alimentarios, conductas regresivas, mala coordinación motora, síntomas psicosomáticos como eccema y enuresis nocturna.
- Desarrollo cognitivo
La exposición a la violencia puede dañar el desarrollo neurocognitivo del niño con efectos negativos en la autoestima, la capacidad de empatía y las habilidades intelectuales, como lenguaje deficiente, retrasos en el desarrollo, dificultades académicas.
Muchas investigaciones han puesto de relieve que la exposición a altos niveles de violencia durante la infancia daña el desarrollo neurocognitivo. De hecho, las dificultades académicas son la norma.
En algunos casos se constata en el niño la presencia de un trastorno por déficit de atención con hiperactividad o trastornos de atención. Nos referimos a la poca capacidad de concentración, fijarse en una tarea, organizar y para terminar un trabajo, pero también, cambio frecuente de actividad, distracción excesiva.
- Comportamiento
El miedo constante, el sentimiento de culpa por sentirse de alguna manera privilegiado por no ser víctima directa de la violencia, la tristeza y el enfado por la sensación de impotencia y la incapacidad de reaccionar son consecuencias que repercuten en el niño expuesto a la violencia en el hogar.
Pueden, además, surgir fenómenos como ansiedad, mayor impulsividad, alienación y dificultad para concentrarse. A largo plazo, entre los efectos registrados se encuentran casos más o menos graves de depresión, tendencias suicidas, trastornos del sueño y trastornos alimentarios.
- Habilidades de socialización
Sufrir al presenciar violencia afecta la capacidad de los niños para formar y mantener relaciones sociales.
¿Cómo ayudarlos? Intervención con niños
Intervención general:
- Antes de emprender cualquier tipo de intervención es fundamental reconstruir las condiciones necesarias para la protección, tanto física como psicológica, del padre o la madre maltratada y del niño.
- Solo después de haber realizado este proceso, el terapeuta puede comenzar a trabajar con el peque. Tratar la estructura familiar es una etapa necesaria y esencial de la intervención.
- Posteriormente, la elección de emprender un camino terapéutico con estos niños debe seguir una evaluación precisa que defina el tipo de impacto producido en el pequeño.
- Todo ello, teniendo en cuenta también que la violencia familiar es un factor de riesgo para otras formas de abuso en detrimento de menores de edad.
- Para profundizar nuestra comprensión de las reacciones de los niños ante la violencia y la forma en que se manifiestan, es útil investigar algunas áreas importantes: edad y nivel de desarrollo del niño, tipo y gravedad de la violencia, contexto familiar, tipo de intervención social y otros factores estresantes.
Terapia individual con el/a niño/a:
- El encuentro con el terapeuta suele representar para el niño, el inicio de una relación con un adulto que sabe ser protector, implementando métodos relacionales acogedores y afectivos, y conteniendo cualquier comportamiento violento y/o agresivo.
- El sentimiento de culpa. Al atribuir culpas por lo que sucede en la familia, los niños intentan mantener “intacta” su figura paterna y protegerla.
- Evaluar las posibles adaptaciones psicológicas del niño/a ante la situación de violencia familiar. Se tienden utilizar potentes mecanismos de defensa (represión, negación, escisión, identificación proyectiva), funcionales para una simplificación emocional y cognitiva de la realidad.
- Se realiza una evaluación de posibles adaptaciones patológicas: identificación con el agresor o con la víctima. La terapia, en este caso, debe favorecer una regresión, hasta un nivel tolerable para el niño, y luego ayudarlo a gestionar y contener los aspectos “buenos” y “malos” de su mundo interno.
Inconvenientes
Es importante cuando se trabaja con toda la familia, contener y mantener bajo control los problemas parentales vividos en el entorno. Ello, puede dificultar la creación de un espacio terapéutico para el niño, aspecto fundamental para que se sienta protegido, escuchado y apoyado.
- A veces los padres pueden obstaculizar o impedir cualquier intervención para reparar el daño sufrido por sus hijos. La madre, víctima de la violencia, suele negar el sufrimiento del niño.
- El progenitor maltratador, por su parte, puede abordar el daño sufrido por sus hijos con una actitud de minimización y/o negación con la que aborda la violencia cometida contra su pareja.
Lo que surge con frecuencia es una adultización en la crianza de los niños y solicitudes de alianza y apoyo que les brindan tanto el maltratador como la madre. El peque, por tanto, se ve obligado por los acontecimientos y la situación familiar a asumir comportamientos, roles y responsabilidades como adulto.
Conclusiones
Uno de los principales peligros de la violencia familiar es que los niños muchas veces imitan este modelo de conducta. Ya sea repitiendo el abuso de algunos padres o madres, defendiendo una actitud de “fuerte” y “duro”, en general, en el caso de los varones, mientras que las niñas aprenden a ser sumisas.
El hecho es que en ambos casos los castigos verbales y corporales están presentes en su vida bajo la premisa de enseñarlos a obedecer.
Los agresores, por su parte, tienden a justificar el maltrato como resultado de la provocación o la desobediencia. Sin comprender que solo logran crear resentimiento en ellos, afectar su autoestima y hacer que sean incapaces de amar, repitiendo el ciclo de violencia.
En definitiva, hay que evitar la violencia en cualquiera de sus formas, reconociendo los hechos sin paralizarnos ni avergonzarnos. Nuestro consejo es que no os calléis ante este problema, por el contrario, debéis pedir ayuda y si es el caso denunciar.